El ejemplar que vive en el criptozoo fue "capturado" por Heubelmans en 1941. Este pactó con el críptido cuando se hallaban a punto de ser capturados por un comando nazi en un valle del Himalaya.
Heubelmans siempre se negó a rebelar la naturaleza de dicho pacto ni como pudo establecer comunicación con él, aunque en cierta ocasión cuando ya era muy anciano habló en su lecho de muerte de cierto monje budista con el que esperaba poder encontrarse recorriendo las montañas del Tíbet cuando por fin abandonara esta existencia.
El yeti no tiene destinado un espacio físico para ser confinado en el criptozoo, ya que es imposible retenerlo en ningún lugar pues desaparece por medios desconocidos siempre que lo desea, a veces durante largos periodos de tiempo. No come, no duerme, ni se comunica con nadie con la excepción del caso de 1965, cuando apareció con un extraño elixir que pudo curar a uno de los cuidadores que había sido envenenado por un gusano Olghoï-Khorkhoï. Parece manifestar eso sí, un vivo interés cada vez que se trae un nuevo ejemplar para su preservación en el parque.
El yeti no tiene destinado un espacio físico para ser confinado en el criptozoo, ya que es imposible retenerlo en ningún lugar pues desaparece por medios desconocidos siempre que lo desea, a veces durante largos periodos de tiempo. No come, no duerme, ni se comunica con nadie con la excepción del caso de 1965, cuando apareció con un extraño elixir que pudo curar a uno de los cuidadores que había sido envenenado por un gusano Olghoï-Khorkhoï. Parece manifestar eso sí, un vivo interés cada vez que se trae un nuevo ejemplar para su preservación en el parque.